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entonces que la generación por la que morís merece tal sacrificio, que
ha de ser más bella y más dichosa, que hará algo que no hayáis hecho?
Vemos vuestro objeto, es tan claro como el nuestro: queréis vivir en
vuestra descendencia, tanto como la tierra misma; más ¿qué objeto
tiene ese gran empeño y la misión de esa existencia eternamente reno-
vada?
Pero, ¿ no seremos más bien nosotros, que nos atormentamos en-
tre, la, vacilación y el error, los soñadores pueriles que nos planteamos
problemas inútiles? Aunque, de evolución en evolución, hubieseis
llegado a ser omnipotentes y felices, aunque hubieseis alcanzado las
mayores alturas para dominar desde ellas las leyes de la Naturaleza,
aunque fueseis, en fin, diosas inmortales, aún seguiríamos interrogán-
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doos, y os preguntaríamos lo que esperáis, dónde os encamináis, cuán-
do os detendréis, declarándoos sin deseos. Estamos constituidos de tal
modo que nada, nos satisface, que, nada, nos parece tener su objeto
dentro de sí, que nada creemos que exista sencillamente, sin segunda
intención. ¿Acaso hemos podido hasta ahora, imaginar uno solo de
nuestros dioses, desde el más grosero hasta, el más razonable, sin hacer
inmediatamente que se agite sin obligarlo a crear una multitud de seres
y de cosas, a buscar mil fines más, allá de sí mismo, y nos resignaría-
mos jamás a representar tranquilamente y durante algunas horas una,
forma interesante de la actividad de la materia, para volver en seguida,
sin pena ni sorpresa, a la otra forma que es la inconsciente, la ignota, la
dormida, la, eterna?
XIII
Pero no olvidemos nuestra colmena en que el enjambre, se impa-
cienta, nuestra colmena que hierve y rebosa ya en olas, negras y vi-
brantes, como un vaso sonoro bajo el ardor del sol. Es mediodía, y
diríase que en torno del calor que reina, los árboles reunidos detienen
todas sus hojas, como se detiene el aliento en presencia de una cosa
muy dulce pero muy grave. Las abejas dan la miel y la cera perfumada
al hombre que las cuida; pero lo que quizá valga más que la miel y que
la cera, es que llaman su atención sobre, la alegría de junio, es que, le
hacen saborear la armonía, de los meses hermosos, es que todos los
acontecimientos en que se mezclan están ligados a los cielos puros, a
las fiestas de las flores, a las horas más felices del año.
Son el alma del estío, el reloj de los minutos de abundancia, el ala
diligente de los perfumes que se exhalan, lade los rayos de luz que se
ciernen, el canto de la atmósfera que se despereza y descansa, el mur-
mullo de las claridades que palpitan, y su vuelo es el signo visible, la
nota convencida y musical de, las pequeño, alegrías innumerables que
nacen del calor y viven en la luz. Hacen comprender la voz más íntima
de las buenas horas naturales. Para quien las ha conocido, para quien
las ha amado, un estío sin abejas parece tan desdichado y tan imper-
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La vida de las abejas donde los libros son gratis
fecto como si careciera de pájaros y de flores.
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XIV
El que asiste por primera vez al episodio ensordecedor y desorde-
nado de la enjambrazón de una colmena bien poblada, se ve bastante
desconcertado, y no se acerca sin temor. Ya no reconoce a las serias y
apacibles abejas de las horas laboriosas. Las había, visto momentos
antes, llegar de todos los rincones de la campiña, preocupadas como
burguesitas a quienes nada podría distraer de las tareas del hogar. En-
tran casi inadvertidas, abrumadas, jadeantes, atareadas, agotadas pero
discretas, saludadas al pasar con un ligero movimiento de antenas por
las jóvenes amazonas de la entrada. Cuando mucho cambian tres o
cuatro palabras, probablemente indispensables, al entregar apresura-
damente su cosecha de miel a las portadoras adolescentes que siempre
están en el patio interior de la, fábrica; o bien van ellas mismas a depo-
sitar en los vastos graneros que rodean el nidal, las dos pesadas ca-
nastas de polen colgadas de sus muslos, para, volver a salir
inmediatamente después, sin preocuparse de lo que pasa en los talleres, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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