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medio de las ovejas que les caminaban alrededor.
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El Turco dijo que Pugliese se estaba volviendo loco. Los otros dijeron que eran visiones que se les
producían por el cansancio. Acosta, que había estado en las piedras al lado de Pugliese, dijo que podía
ser, pero que él había oído a las mujeres hablar y a las ovejas balar y que lo que se oye no es una visión,
y que después sí vio a Pugliese acercarse haciendo un ruido con los dientes que le dio miedo; más mie-
do del que siempre llevaba.
Los Magos convencieron a todos de que Pugliese estaba medio loco. Muchos se vuelven locos. El
Turco los puteaba porque con la historia de las monjas habían perdido no sé qué paquetito que les
mandaban los de Intendencia:
 Lentos y mentirosos. ¡Y para colmo boludos y ahora locos!  recriminaba el Turco.
Pero la noche siguiente, después de la comida, llegó Viterbo con García. Habían salido a campear un
cordero.
De vuelta en el calor, tomando media botella de Tres Plumas, todavía temblaban.
Miraban a Pugliese. Lo miraban al Turco. Miraban a los otros y hablaban muy bajito. Contaba
Viterbo:
 Las vi yo, las vio él. Hablaban. Así, como dijo Pugliese la otra noche. Dos monjas. ¡Hacía diez
grados bajo cero, al menos! Le hablaron a él, a García.
El estudiante quería interrumpir, castañeteaba, hacía que sí con la cabeza y trataba de dibujar con las
manos una monja en el aire.
 ¿Qué eran?
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 Eran monjas. ¡Las vimos!  tartamudeaba Viterbo . Hablaban. Había corderos con ellas: las
seguían.
 ¿Y por qué no agarraste uno?  jodio alguien.
 Aparecieron de repente, del aire, de esa neblinita que flota arriba del suelo cuando se para el
viento, nacieron.
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 ¿Y estaban buenas?  preguntó un porteño, y alguien rió.
Viterbo no hizo caso:
 De repente, salían. ¡Aparecidas! Le hablaron a él, a García...  se dirigió al muchacho . ¡Contales
vos...!
García habló. No paraba de temblequearle la boca:
 No sé qué decían. Hablaban en castellano..:
 ¿Qué dijeron?  preguntaban a García.
García hacía formitas en el aire con las manos.
 Dijeron algo como que "hermanos del amor", una cosa así  seguía Viterbo . Yo rajé enseguida.
Me asusté. Por la manera de mirarme, por la manera de aparecer, me cagué de miedo y rajé... ¡Qué iba
a hacer! García al ratito me alcanzó.
Después García pudo volver a hablar:
 ¡Cientos de corderos hacían crecer entre las piedras!  dijo.
Fue todo lo que pudieron sacarle.
Viterbo, en cambio, contó la historia varias veces. Agregaba, quitaba cosas, y cada vez parecía más
cierta.
Las opiniones de los Reyes se dividieron. Las opiniones de los pichis se dividieron igual. Unos
pensaban que era verdad y otros que también, Viterbo y García se estaban empezando a volver locos y
que todos se iban a volver locos. Igual impresionaba: aunque la historia que le cuentan a uno no
alcance a impresionar y aunque uno no la crea, impresiona sentir la impresión que trae el que la cuenta
por el solo hecho de contarla. ¿No? ¡Todos impresionados! Los Reyes y los pichis dudaban. El Turco
se golpeaba las piernas tratando de pensarlo mejor. Calcularía qué provecho podría sacar a las
aparecidas, pero estaba impresionado él también.
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Viterbo seguía hablando. Ya había convencido a todos de que no mentía, que era verdad.
 ¿Y vos, Quiquito, crees que yo creo esto que me contás?  le pregunté.
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 Vos anótalo que para eso servís. Anota, pensá bien, después saca tus conclusiones  me dijo. Y yo
seguí anotando.
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Tiempo después la radio de los británicos transmitió algo de dos monjas que nadie pudo oír bien,
porque estaban carneando una oveja en el almacén. El mismo día, el Turco contó que los de
Intendencia habían hablado de las monjas aparecidas y que toda la tropa  lo que quedaba de la tropa
andaba muerta de miedo por las aparecidas y que ya nadie quería patrullar, con más miedo a las monjas
que a los tiroteos británicos, que en esos días estaban amainando.
 Pero aquí, el que ande con miedo, se vuelve al Ejército  avisaron los Magos, y de a poco, los pichis
fueron hablando cada vez menos del tema, aunque se los veía más dispuestos a discutir de religiones y
a escucharle al tucumano las historias de vampiros y de los hombres tigre que, según él, aparecían de
noche por las sierras de Famaillá.
Lo más hablado: lo más hablado eran las quejas. Conscriptos, suboficiales y oficiales, siempre con
quejas, meta quejarse. Después, entre la tropa, lo más hablado eran las
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cosas de los británicos. De los británicos se hablaba mucho entre los que seguían peleando, quiere
decir: entre los que podían seguir aguantándose los cañonazos de los barcos, los cohetes y las bombas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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