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que siempre había una pérdida de gas que era bastante alta cada vez que se entraba o se salía. Pero aquello era compensado por la velocidad y la flexibilidad de su empleo y, de todas formas, el deslizador no estaba destinado a dar largos saltos por el espacio. Con el casco cerrado, Falkayn apoyó los pies contra la pared opuesta de la cabina y sacó la cabeza y los hombros al vacío. Lanzó la granada, con fuerza y hacia abajo. Explotó a una distancia razonablemente segura. Unos pocos fragmentos de metralla hicieron tambalearse al vehículo, pero no produjeron un daño serio. Le dolía la mano izquierda. Flexionó los dedos, intentando desprenderse de parte de la tensión, mientras se retiraba al interior. Latimer estaba recobrando la consciencia. Con cierta reluctancia era una forma muy ruda de tratar a un hombre , Falkayn le volvió a ahogar. Así el Hermético ganaba los pocos segundos que necesitaba para, sin molestias, poner otra vez su deslizador en aceleración, antes de que Gahood advirtiese algo y engendrase alguna sospecha. Se colocó cuidadosamente frente a Latimer, empuñó el láser, abrió el casco y esperó. El cautivo se movió, miró a su alrededor, se estremeció y se preparó para dar un salto. No lo haga le aconsejó Falkayn , o le mataré. Desabróchese, váyase a la parte de atrás, quítese el traje. ¿Qué? ¡Logra doadam! Cerdo... Muy bien dijo Falkayn . Escuche, no quiero disparar contra usted. Además de la moral y cosas semejantes, su valor como rehén es grande; pero es completamente seguro que no va a regresar a ayudar a Gahood. Tengo que preocuparme por mi especie. Si me causa algún problema, le mataré y dormiré muy bien, gracias. Muévase. El otro hombre obedeció, todavía medio atontado tanto físicamente como por aquel contundente discurso. Falkayn le ordenó que cerrara el traje espacial. Lo arrojaremos en el momento oportuno y su jefe pensará que es usted explicó . El tiempo que él pierda recogiéndolo es tiempo que gano yo. Un rugido y un resplandor entre las sombras. Es cierto lo que me habían dicho sobre vuestra especie, lo que yo mismo observé. Malvados, traidores... Cállese, Latimer. No firmé ningún contrato ni juré nada. Antes de eso, su gente no estaba siguiendo exactamente las reglas del juego. Yo tampoco disfruté de la hospitalidad de vuestro castillo lunar. Latimer dio un salto hacia atrás. ¿Falkayn? susurró. Exacto, capitán David Falkayn, doctor en Comercio de la Liga Polesotécnica, con un rencor personal hidrociánico y todos los motivos para creer que vuestra banda busca sangre. ¿Puedes probar que estamos en una guerra con almohadones? Si es así, entonces habéis puesto ladrillos dentro de vuestras almohadas, que es lo que me ha llevado a poner clavos dentro de la mía. ¡Estese quieto ahora, antes de que me ponga tan furioso que le fría! La última frase fue un rugido. Latimer se agazapó y no mostró señales de terror, pero ciertamente parecía impresionado. El propio Falkayn estaba asombrado. He dicho eso de verdad, ¿no? La idea era mantenerle en tensión, de forma que no pensará más allá de este momento, no adivine mis intenciones y se desespere. Pero, Judas, ¡la furia que sentí! Temblaba a causa de ella. Pasó el tiempo. El enemigo había quedado muy atrás. Muddlin Through se acercaba. Cuando estuvieron bastante cerca, Falkayn ordenó a Latimer que arrojara el traje espacial vacío por la minicompuerta; una tarea difícil y que podía hacer estallar los tímpanos si uno no llevaba armadura, pero que el hombre llevó a cabo en silencio y con los labios muy juntos. Haznos entrar, Chee dijo Falkayn. Un rayo tractor los enganchó. El motor fue desconectado. Una escotilla de mercancías estaba abierta en una de las bodegas posteriores. En cuanto el deslizador estuvo a bordo, protegido por el campo de gravedad de la nave de las presiones de la aceleración, Chee puso la nave en movimiento a toda marcha. Se podía oír el zumbido, y las vibraciones llegaban hasta los huesos. Fue corriendo abajo para reunirse con los humanos. Acababan de salir y permanecían mirándose el uno al otro en la caverna fríamente iluminada. Chee balanceó la pistola que llevaba en la mano. Ahhhhh, muy bien murmuró, agitando su cola . Esperaba que hubieras hecho algo así, Dave. ¿Dónde encerramos a este klong?
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