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-Está claro que todavía eres muy joven para entender de estas cosas, pero justamente por eso me
gustaría compartir un poco mi vida, para que no cometas los mismos errores que yo cometí.
»Pero el clítoris, ¡,por qué será que mi marido nunca le prestó atención? Creía que el orgasmo tiene
lugar en la vagina, y me costaba mucho, pero mucho, fingir algo que él imaginaba que yo debía sentir.
Claro, yo sentía placer, pero un placer diferente. Sólo cuando la fricción era en la parte superior...
¿entiendes?
-Sí.
-Y ahora he descubierto por qué. Está allí -señaló un libro en su mesa, cuyo título María no conseguía
ver-. Hay un grupo de nervios que van desde el clítoris hasta el punto G, y que es predominante. Pero
los hombres piensan que no, que penetrar lo es todo. ¿Sabes qué es el punto G?
-Hablamos de eso el otro día -dijo María, esta vez como la Niña Ingenua-. justo al entrar, primer piso,
ventana del fondo. -¡Claro, claro! -los ojos de la bibliotecaria se iluminaron-.
Comprueba por ti misma cuántos de tus amigos han oído hablar de eso: ¡ninguno! ¡Qué absurdo!
¡Pero así como el clítoris fue una invención de ese italiano, el punto G es una conquista de nuestro
siglo! ¡Muy pronto ocupará todos los titulares, y ya nadie podrá ignorarlo! ¿Te imaginas qué momento
revolucionario estamos vi viendo?
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María miró su reloj, y Heidi se dio cuenta de que tenía que hablar de prisa, enseñarle a aquella
hermosa joven que las mujeres tenían todo el derecho de ser felices, de realizarse, de modo que la
siguiente generación pudiese beneficiarse de todas esas extraordinarias conquistas científicas.
-El doctor Freud no estaba de acuerdo porque no era mujer, y como tenía el orgasmo en su pene,
creía que todas estábamos obligadas a sentir el placer en la vagina. Tenemos que volver al origen, a
aquello que siempre nos ha dado placer: ¡el clítoris y el punto G! Muy pocas mujeres consiguen tener
una relación sexual satisfactoria, de modo que, si tienes dificultades para conseguir la alegría que
mereces, voy a sugerirte algo: invierte la posición. Que se acueste tu pareja, y tú ponte siempre encima;
tu clítoris golpeará con más fuerza en su cuerpo, y tú, no él, conseguirás el estímulo que necesitas.
¡Mejor dicho, el estímulo que mereces!
María, sin embargo, sólo fingía no estar prestando atención a la conversación. ¡Entonces no era sólo
ella! ¡No tenía ningún problema sexual, era todo una cuestión de anatomía! Sintió ganas de besar a
aquella mujer, mientras un peso inmenso, enorme, salía de su corazón. ¡Qué bien haberlo descubierto
siendo joven todavía! ¡Qué magnífico día estaba viviendo!
Heidi sonrió con un aire cómplice.
-¡Ellos no lo saben, pero nosotras también tenemos una erección! ¡El clítoris se pone erecto!
«Ellos» debían de ser los hombres. María se armó de valor, ya que la conversación estaba tan íntima.
-¿Ha tenido alguna aventura fuera del matrimonio?
La bibliotecaria se sorprendió. Sus ojos emitieron una especie de fuego sagrado, su piel se puso roja,
no sabía decir si de rabia o de vergüenza.
Después de un rato, la lucha entre contar o fingir terminó. Bastaba con cambiar de asunto.
-Volvamos a nuestra erección: ¡el clítoris! Se pone rígido, ¿lo sabías?
-Desde niña.
Heidi parecía desconcertada. Tal vez no hubiese prestado mucha atención a aquello. Aun así, decidió
continuar:
-Y al parecer, si mueves el dedo en círculos alrededor de él, incluso sin tocar su punta, se puede
sentir el placer de manera más intensa todavía. ¡Aprende! Los hombres que respetan el cuerpo de una
mujer en seguida se ponen a tocar la cima del clítoris, sin saber que eso a veces puede ser doloroso,
¿no estás de acuerdo? Por eso, ya desde la primera o segunda cita, asume el control de la situación:
ponte encima, decide cómo y dónde aplicar la presión, aumenta y disminuye el ritmo según tu criterio.
Además de eso, una conversación franca es siempre necesaria, según el libro que estoy leyendo.
-¿Ha tenido usted una conversación franca con su marido? Una vez más Heidi huyó de la pregunta
directa, diciendo que eran otros tiempos. Ahora estaba más interesada en compartir sus experiencias
intelectuales.
-Procura ver tu clítoris como la aguja de un reloj, y pídele a tu compañero que lo mueva entre las once
y la una, ¿comprendes? Sí, sabía de qué hablaba la mujer y no estaba muy de acuerdo, aunque el libro
tampoco estuviese lejos de la verdad. Pero en cuanto dijo reloj, María miró el suyo, comentó que había
ido sólo a despedirse, pues su estancia allí había terminado. La mujer pareció no escucharla.
-¿No quieres llevarte este libro sobre el clítoris? -No, gracias. Tengo que pensar en otras cosas. -¿Y
no te vas a llevar nada nuevo?
-No. Vuelvo a mi país, pero quería agradecerle el haberme tratado siempre con respeto y
comprensión. Hasta otro día.
Se dieron la mano y se desearon felicidad mutuamente.
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Heidi esperó a que la chica saliese, antes de perder el control y dar un puñetazo en la mesa. ¿Por qué no
había aprovechado el momento para compartir algo que, tal y como iban las cosas, terminaría muriendo con
ella? Ya que la chica había tenido el coraje de preguntar si algún día había traicionado a su marido, ¿por
qué no responder, ahora que estaba descubriendo un mundo nuevo, en el que finalmente las mujeres
aceptaban que era muy difícil tener un orgasmo vaginal?
«Bueno, eso no es importante. El mundo no es sólo sexo.» No era lo más importante del mundo, pero era
importante, sí. Miró a su alrededor; gran parte de aquellos miles de libros que la rodeaban contaba una
historia de amor. Siempre la misma historia, alguien se enamora, encuentra, pierde y vuelve a encontrar otra
vez. Almas que se comunican, lugares distantes, aventura, sufrimiento, preocupaciones, y casi nunca
alguien que decía «mira, querido, entiende mejor el cuerpo de una mujer». ¿Por qué los libros no hablaban
abiertamente de eso?
Tal vez nadie estuviese realmente interesado. Porque el hombre iba a seguir buscando la novedad,
todavía era el troglodita cazador, que seguía el instinto reproductor de la raza humana. ¿Y la mujer? Por su
experiencia personal, las ganas de tener un buen orgasmo con su compañero sólo duraban los primeros
años; después la frecuencia disminuía, y ninguna mujer hablaba de eso, porque creía que sólo le sucedía a
ella. Y mentía, fingiendo que ya no aguantaba el deseo irrefrenable de su marido. Y al mentir hacía que
todas las demás se preocupasen.
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Luego se dedicaban a pensar en algo diferente: los hijos, la cocina, los horarios, la limpieza de la casa, las
cuentas que pagar, la tolerancia con las escapadas del marido, viajes durante las vacaciones en los que se
preocupaban más por los hijos que por sí mismos, la complicidad, o incluso el amor, pero nada de sexo.
Debería haber sido más abierta con la joven brasileña, que le parecía una chica inocente, con edad para ser
su hija, y todavía incapaz de comprender bien el mundo. Una emigrante viviendo lejos de su tierra, dándolo
todo en un trabajo sin gracia, esperando a un hombre con el que pudiese casarse, fingir algunos orgasmos,
encontrar la seguridad, reproducir esta misteriosa raza humana, y después olvidar esas cosas llamadas
orgasmos, clítoris, punto G (¡recién descubierto en el siglo xx!). Ser una buena esposa, una buena madre, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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