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reina estaba sola, respondiendo algunas breves y
desdeñosas palabras a las preguntas del presidente.
Su frente no había perdido su arrogancia, y llevaba
la ropa de rayas negras que no había querido quitarse
tras la muerte del rey.
Los jueces se levantaron y terminó la sesión. La
reina preguntó a su abogado si se había mostrado
muy desdeñosa: y como si respondiera a su
pregunta, se oyó la voz de una mujer que gritó:
—Mirad qué orgullosa es. Tu orgullo te ha
perdido, María Antonieta.
La reina enrojeció. El caballero se volvió hacia
la mujer y dijo:
—Es que era reina.
Maurice le cogió del puño y le dijo en voz baja
que tuviera el valor de no perderse. El caballero
preguntó al joven si condenarían a María Antonieta,
y Maurice contestó que estaba seguro.
—¡A una mujer! —exclamó Maison-Rouge con
un sollozo.
—No; a una reina. Usted mismo lo acaba de
decir.
El caballero preguntó a Maurice qué hacía allí.
289 / Alexandre Dumas
—Para saber lo que ha sido de una infeliz
mujer.
—¿La que su marido ha empujado al calabozo
de la reina?, ¿la que ha sido detenida delante de mí?
—¿Geneviève?
—Sí; Geneviève.
—¿Así que Geneviève está presa, sacrificada
por su marido, asesinada por Dixmer?... Ahora lo
comprendo todo. Dígame lo que ha ocurrido, dónde
está... Esta mujer... es mi vida, ¿sabe?
—Yo estaba allí cuando la detuvieron. Yo
también trataba de liberar a la reina. Pero nuestros
dos planes, que no hemos podido comunicarnos, se
han anulado el uno al otro.
—¿Y usted no ha salvado a Geneviève, a su
hermana?
—¿Acaso podía? Nos separaba una reja de
hierro. Si usted hubiera estado allí, uniendo nuestras
fuerzas, hubiera cedido el barrote y habríamos
salvado a las dos.
Maurice preguntó a Maison-Rouge qué había
sucedido con Dixmer; pero el caballero dijo que no
lo sabía, que cada uno se había salvado por su
cuenta. El caballero todavía conservaba una ligera
esperanza de salvar a la reina y le pidió ayuda a
Maurice para llevarla acabo.
En ese momento se abrió la puerta de las
deliberaciones y entró el tribunal. La noticia se
extendió por los corredores y la multitud volvió a la
sala. Volvió a entrar la reina, que se mantenía
290 / Alexandre Dumas
erguida, altiva, con los ojos fijos y los labios
apretados.
Se le leyó la sentencia que la condenaba a
muerte. Ella la escuchó sin palidecer, sin pestañear,
sin que un sólo músculo de su rostro indicara la
menor emoción. Luego se volvió hacia el caballero y
le dirigió una larga y elocuente mirada, y
apoyándose en el brazo del oficial que mandaba las
fuerzas, salió del tribunal digna y tranquila.
Maurice suspiró aliviado porque todo había
terminado sin que la reina comprometiera a
Geneviève con sus declaraciones y el caballero le
confesó que él ya no tenía fuerza para seguir en su
empeño. Se estrecharon la mano y se alejaron por
caminos distintos.
La reina fue llevada de nuevo a la Conserjería;
cuando entraba sonaron las cuatro en el gran reloj.
Al desembocar del Pont-Neuf, Maurice fue
detenido
por
Lorin,
que
le
esperaba
para
comunicarle que dos horas antes la policía había ido
a su casa para detenerle. Pese a todo, Maurice
pretendía ir allí, pero Lorin le convenció y le
condujo a su propio domicilio.
291 / Alexandre Dumas
XX
SACERDOTE Y VERDUGO
LA CARRETA EL CADALSO
LA VISITA DOMICILIARIA
Al llegar a su calabozo, al salir del tribunal, la
reina había pedido unas tijeras, había cortado sus
largos y hermosos cabellos, los había envuelto en un
papel y había escrito en éste: Para repartir entre mi
hijo y mi hija. Luego se dejó caer en una silla, y
deshecha por la fatiga (el interrogatorio había durado
dieciocho horas) se durmió.
A las siete, se despertó sobresaltada al oír un
ruido, y vio a un hombre que le era completamente
desconocido y que dijo llamarse Sansón. Al oír el
nombre, la reina se estremeció ligeramente y se puso
en pie, diciéndole que llegaba muy temprano. El
hombre contestó que tenía orden de hacerlo ya que
debía cortarle el cabello. La reina señaló los suyos,
sobre la mesa, y le dijo que le había ahorrado ese
trabajo, pidiéndole que se los entregara a sus hijos.
—Señora —dijo Sansón—, eso no me compete.
—Sin embargo, yo había creído...
—Mi obligación es despojar a las... personas...
de sus ropas, sus joyas, siempre que me las den
voluntariamente; por otra parte, todo esto va a la
Sâlpetriere11 y a los pobres de los hospitales; una
11
Hospicio de París. (Nota del Traductor)
292 / Alexandre Dumas
orden del comité de salud pública ha regulado las
cosas así.
La reina volvió a pedirle que entregara sus
cabellos a sus hijos. Sansón no contestó, y Gilbert
dijo que lo intentaría él.
—Venía
para
cortarle
el
cabello
—dijo [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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